Él estaba solo, en el umbral de un edificio abandonado, mirando las luces de los automóviles que dibujaban sombras fugaces sobre los edificios cercanos, esperando que ella llegara.
Con su espalda contra la pared y todos sus sentidos alertas, cada silueta que se acercaba le parecía ser la de ella.
A medida que las agujas del reloj se desplazaban a través de la esfera, su inquietud iba en aumento, su mente imaginaba todo tipo de fatalidades que, a pesar del intenso frío, lograban perlar su frente con sudor.
Cuando ya su impaciencia era insostenible ella apareció casi de pronto y, al estrecharla en sus brazos, instantáneamente olvidó todo lo que había imaginado, mientras estaba solo en ese umbral...
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